Palestina Lliure
Historia 21 de Iman Badah
Una profesional de la salud mental en Gaza

Buenos días... desde el Campamento de Shatie' (Campamento de la Playa)/Gaza
¡No puedo creer que esté viendo la luz del día! ¡Siento mi brazo! ¡Mi cara!
Abro y cierro los ojos, y luego los vuelvo a abrir para asegurarme de que lo que estoy viendo es real.
Sí, ésta es mi casa, la que amo y a la que pertenezco.
Esta es mi ventana, y esta es mi familia, y aquí está mi marido a mi lado.
Estamos vivos y nuestra casa aún no ha sido destruida sobre nuestras cabezas... la misma pesadilla que golpeó a nuestros vecinos de al lado y con la que se despertaron en el Cielo. ¡Sobrevivimos al terror que sobrecogió a muchos miembros de la comunidad de nuestra zona tras ser el blanco de ataques aéreos de forma histérica y caótica por parte de las fuerzas de ocupación en las últimas cuarenta y ocho horas! Me pregunto cómo un ser humano puede ser tan monstruoso y sanguinario...
En todo momento, tuve la sensación de que la casa estaba cayendo en un abismo y nos tragaba con nosotros dentro; pensaba que las paredes se estaban derrumbando y yo intentaba mantenerme a flote entre los escombros... ¡pero el abismo nos traga antes de que podamos flotar!
¡Mohammad!
Mohammad, mi amado, mi marido, a quien me aterra perder mientras duermo… despertar un día sin mi apoyo, sin mi amor, sin mi marido.
El horror me envuelve si me alejo unos centímetros de él.
Me asusta verme en una vida sin él.
La guerra se prolonga y complica nuestra relación. Conecto más con él y me apego más a él, como un niño de cuatro años. Quiero esconderme en sus bolsillos o desaparecer dentro de él. Me precipito en su abrazo cuando el ruido se hace más fuerte, y él me esconde entre sus brazos. Me tapa los oídos con las manos para que no oiga los sonidos que me asustan. No se duerme hasta que yo me duermo. Se queda despierto. Fuma mucho. Tiene insomnio. Y al cabo de unos días, se queda dormido, pero se despierta al sonido de cada explosión para ver cómo estamos yo y los demás. Entonces cierra los ojos, y yo cierro los míos que están llenos de lágrimas. Lágrimas que no se secan.
Lágrimas que solo expresan un dolor amargo e impotencia.
Rezo a Dios. Que Dios proteja mi hogar, a mi marido, a mi familia y a todas las personas. Coloco mi mano sobre mi débil y exhausto corazón y recito versos y oraciones para lograr la paz interior. Mi corazón se calma por momentos, pero el mundo no me permite esta serenidad.
Volar aquí tiene connotaciones diferentes de las que se esperan en el resto del mundo. Los buques de guerra bombardean a diestro y siniestro; oigo el ruido de cohetes sobre mi cabeza. Aquí, los cohetes no caen, vuelan. Vuelan misiles, vuelan metrallas, vuelan carnicerías, y las almas de niños y mujeres jóvenes vuelan hacia el Cielo antes de que sus sueños lleguen a madurar.
Me pregunto cómo vuelan sus almas. ¿Qué sienten? ¡¿Sienten dolor?!
Aquí la gente se consuela y dice: "No tengas miedo. No oirás el sonido del cohete que te mate porque el cohete es más rápido que el sonido que produce".
En realidad, esto me asusta más...
¿Qué ve un mártir en ese primer momento al llegar al Cielo? ¿Quién le habla? ¿Qué le dicen? ¿Cómo se despide de su familia?
¿Qué hace cuando echa de menos a su familia?
Aquí en la tierra lloramos su pérdida, ¿llorará él por nosotros?
La separación por la muerte es amarga, y reanudar la vida tras esa pérdida lo es aún más.
Iman Badah
Especialista en Salud Mental, UPA - Gaza, Palestina.
20 de noviembre de 2023
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